PRECIPICIOS EN FLOR
Acantilados de vértigo y paisajes primaverales en el corazón de Las Arribes zamoranas
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Si hay un momento del año en el que Las Arribes del Duero están como nunca ese momento es ahora. Nunca como en estos días los pastizales verdean con tanta intensidad, los arroyos se despeñan con tanta alegría y el catálogo floral aparece tan variopinto. Todo ello ayuda a componer un espectáculo natural en plena efervescencia, a crear el contraste hermoso en el que las rocas oscuras que tajan por aquí los acantilados más vertiginosos de España hacen de contundente telón de fondo. Tal festival de colores y olores silvestres bien vale una larga caminata de balcones naturales acompañando al Duero en un discurrir más arriscado que nunca.
Las Arribes del Duero, además de hermosas, son un territorio de soledades tan infinitas como los abismos que dibuja el río. Una larga historia de aislamientos y pobreza ha dejado sobre el paisaje una ristra de pequeñas poblaciones al borde mismo de la extinción. Detrás de la hermosura que contempla quien recorre hoy estos paisajes con las botas del viajero está la naturaleza pobre de unos suelos tan difíciles de trabajar que abruma sólo pensar en el esfuerzo necesario para ganar a los abismos unos pocos metros de terraza. Esfuerzos titánicos, incaicos, con los que antaño se conseguía domar, a duras penas, unos retales de ladera de los que sacar casi lo justo para acometer el siguiente esfuerzo necesario. La dureza de esas formas ancestrales de vida, basada tanto en la armonía como en lucha con la naturaleza, han dejado en Las Arribes evidencias tan emocionantes como los viejos lavaderos graníticos tendidos a la vera de un arroyo, sencillos pontones de lajas rocosas, pequeños molinos arrimados a las torrenteras que se despeñan hacia el Duero o los kilómetros y kilómetros de cortinas hincadas que sirven en el oeste salmantino y zamorano para delimitar lindes con vocación de eternidad.
Villardiegua de la Ribera es uno de ese puñado de pueblos arrimados a los tajos del Duero. Es también la evidencia de que estos perfiles abismados ejercieron desde siempre y hasta hoy un punto de atracción irresistible para el hombre. Sus raíces más antiguas se localizan en el castro de San Mamede, asentamiento vacceo del que se rastrean retales en diferentes partes del pueblo. El más contundente es el verraco plantado junto a la iglesia y que la tradición interpreta como la figura de una “mula” totémica, una “yegua” del que habría derivado el topónimo actual con algún trastoque en la dicción. Pero el entorno de los cantiles del Duero y el Esla, por unas u otras razones –sagradas, defensivas…- propició el asentamiento de más de una veintena de grupos entre el final de la Edad del Bronce, la del Hierro y hasta la colonización romana.
De Villardiegua parte el recorrido señalizado de la Retanja y la Finiestra, los dos parajes que marcan el inicio y el final del sendero en su tramo más cercano al cañón. El arranque del paseo se localiza en la plaza de la iglesia, donde también se encuentran ubicados los paneles informativos de este y de otros senderos que recorren el entorno. De hecho, el primer kilómetro y medio del paseo comparte señalización con el GR-14 “Senda del Duero” en el tramo que enlaza Villardiegua con Villadepera. No hay pérdida posible en esos primero metros, donde son frecuentes los cruces, en los que se avanza hacia el norte. El palomar de Valdelamayada, plantado en el interior de un prado, mantiene aún su estampa gallarda pocos metros después de un cruce de cinco brazos. Un crucero y unas añejas muelas de molino a modo de mesas marcan el final del tramo compartido con el GR-14. El sendero de la Retanja y la Finiestra se desgaja por el brazo izquierdo del camino mientras el derecho sigue hacia Villadepera. Al fondo ya se intuye la trinchera socavada por el Duero mientras el camino inicia, entre retamas y monte bajo, el descenso hacia la orilla. A 500 metros de la bifurcación surge la opción de acercarse hacia un cercano muladar en el que se alimenta a la importante población de aves rapaces que tienen casa en este entorno natural.
El camino, mientras tanto, continúa su descenso a la par que se desdibuja hasta acabar convertido en senda al llegar, 1.800 metros después, al paraje de La Retanja. Con las orilla del Duero aún muchos metros más abajo, el sendero comienza a correr en paralelo, siguiendo la dirección de la corriente. Enseguida salta un arroyo y a continuación inicia una subida mientras se interna en las espesuras de un bosquete de carrascas. La senda aparece por aquí casi borrada por lo apretado del matorral y puede dar lugar a dudas. En ese caso lo mejor es regresar a la última de las balizas y tratar de localizar la siguiente.
En paralelo a las orillas del Duero, sin descender hacia ellas en ningún caso, el sendero se encamina hacia el segundo de los arroyos, sobre el que pasa justo antes de que el torrente se despeñe en cascada hacia el río. Tras superarlo se inicia un nuevo repecho mientras se bordea otra mancha de carrascas. El ascenso culmina al alcanzar una pista. En ella un indicador señala la senda que hay que tomar para alcanzar “los chiviteros”, tres diminutas chozas de piedras, casi idénticas a las que utilizan los pastores por aquí, pero cuya finalidad era la de guardar los chivos recién nacidos fuera del alcance de las alimañas. El desvío, trescientos metros en fuerte descenso que luego hay que remontar, merece la pena.
Por su parte, el camino hacia el balcón natural de La Finiestra continúa en paralelo al cauce del Duero, alcanza el arroyo de Peña del Lobo en 200 metros y el Camino de Gozavía en otros 300 más. Un desvío señalizado encamina hacia las praderas y la laguna de La Saz. Tras sortear un portillo y bordear la laguna, siguiendo el desagüe natural del arroyo que la forma se llega hasta los lavaderos tradicionales de Villardiegua, tres grandes corros hechos con bloques de granito en los que se aprovechaba la temperatura y calidad del agua del arroyo. Seiscientos metros más adelante se alcanza el desvió que culmina en los monumentales farallones de La Finiestra, espectaculares abismos sobre el Duero.
Para el regreso a Villardiegua basta seguir la señalización, siempre en dirección este y por el camino de La Tijonera.
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EN MARCHA. A Villardiegua de la Ribera puede llegarse desde Zamora por la N-122 en dirección a Alcañices. Antes de Fonfría surge la ZA-321 hacia Pino de Oro y Villadepera. Tras esta localidad surge el desvío a Villardiegua.
EL PASEO. Esta señalizado como “SL de La Retanja y La Finiestra” con marcas verdes y blancas. Tiene unos 12 kilómetros de longitud aunque es posible regresar a Villardiegua por varios puntos acortándolo considerablemente. Para realizarlo entero se requieren, al menos, unas cuatro horas. Aunque está completa, la señalización presenta dificultad: en algunos puntos el crecimiento de la maleza dificulta la localización de la siguiente baliza. Para esta labor son muy útiles los prismáticos. Es muy recomendable haber estudiado antes de ponerse a andar el recorrido en un topográfico. También tiene algunos repechos importantes. Debido a las altas temperaturas de la zona no es recomendable realizarlo en pleno verano. Toda la zona es de máximo interés para la reproducción de aves rapaces. Se requiere silencio y discreción en todo el recorrido. Información: Parque Natural Arribes del Duero, 923 522 067.
DORMIR. Tel. de información institucional: 902 20 30 30.